Seguidamente transcribo un artículo publicado por Nicolás G. Recoaro - En diario Renacer: www.renacerbol.com.ar; es muy interesante conocer la realidad de Potosi en estos años.
"Son las siete de la mañana y cientos de mineros esperan encontrar un lugar en los camiones que se estacionan sobre El Surco. El frío es durísimo a ésta hora de la mañana, el termómetro debe marcar menos cero y los charcos congelados sobre la ruta dejan vestigios de la helada nocturna.”Hay que estarse antes para encontrar campo en las movilidades, somos hartos mineros los que queremos subir a trabajar”, me explica Jorge Flores, un minero novato que ya lleva cuatro meses bajando a los socavones potosinos. Jorge es uno de los cientos de migrantes paceños y orureños que han llegado en los últimos tiempos a la ciudad, para conseguir trabajo en la mina. “Es que en Bolivia hay harto problema de trabajo y aquí el jornal se paga el doble que en La Paz”, me cuenta Jorge antes de saltar sobre el acoplado de una camioneta que lo llevará a su trabajo en la mina La Plata.
Potosí vive por estos días su segundo auge minero. La suba en los precios internacionales del zinc y el estaño (ya de la famosa plata ni se habla) produjo una fuerte reactivación en las principales empresas mineras que explotan el legendario Cerro Rico. “La ciudad vive un incremento de su actividad económica del orden del 12 % anual”, reflexiona el licenciado Ricardo González Alba, Oficial Mayor de Desarrollo Económico de la Municipalidad de Potosí, desde su oficina ubicada en el histórico campanario de la Compañía de Jesús, en pleno centro potosino. “Los jornales son de casi el doble que en cualquier otro departamento. Un perforador puede llegar a ganar más de 400 bolivianos por día”, explica González Alba. Las cifras se multiplican o triplican si hablamos de los verdaderos dueños de las minas y la inflación de la ciudad también. “Usted puede ver autos importados mejores que en Santa Cruz”, me explica Iván, un vendedor de encendedores del centro potosino. Las 4x4 de la aristocracia minera surcan la ex Villa Imperial, la ostentación de las Iglesias, los lupanares y calles bañadas de plata de la época de la conquista parecen metamorfosearse en estos tiempos de autos y DVD´s japoneses.
Sin embargo, las condiciones de trabajo y seguridad de los trabajadores mineros no han mejorado en lo más mínimo. Los camiones anuncian su partida con bocinazos y se pierden en las rutas que ascienden a las diferentes minas. La exuberancia del Cerro Rico asusta hasta al más valiente. Los mineros cargan su equipo y se preparan para ingresar al vientre del cerro. Miro la montaña e imagino los miles de mineros escarbando las entrañas de la montaña. La procesión va por dentro, dice el dicho popular; las penas se dibujan en las caras de miles de hombres que no tienen la certeza si ese día van a retornar a sus hogares. “Tengo 42 años de minero. Es mucho sufrimiento el trabajo en la mina. Hay que tener riesgo y cuidado, por los accidentes. Los carros y la dinamita, harto peligroso es el trabajo. Hay que matarse para que los hijos y las wuawuas estudien”, me cuenta Juan Condori, un minero de arrugas tatuadas en el rostro y gorrito del Che Guevara.
En el mercado del Calvario, centro neurálgico de las compras mineras, María vende jugos de quinua y manzana como desayuno vitamínico para los trabajadores del cerro. Las bolsas con coca provenientes de las Yungas y El Chapare se acumulan en varios puestitos del mercado. “La bolsita a tres bolivianos, el cigarro a un pesito y alcohol a tres”, explica Hortensia, una casera con más de treinta años de experiencia como vendedora. “Se vende harto más que hace unos años. El minero tiene buen jornal”, me dice antes de convidarme con un cigarrito que combina tabaco con anís. A pocos metros, en la puerta de un local, varios turistas extranjeros, disfrazados con cascos e impermeables, se preparan para vivir una “experiencia única e irrepetible” (según reza la propaganda de la agencia de viajes): un descenso dantesco hasta los interiores del Cerro Rico. Un paseo cargado de morbo que se vanagloria de poder compartir, aunque sea por unas pocas horas, las esclavistas condiciones laborales que viven los hombres y mujeres que cargan carretillas y perforan las profundidades de la montaña.
El viaje hasta la mina deja los cachetes helados de los que viajamos sobre el acoplado del camión. A mi lado, unos cinco chicos preparan sus lámparas eléctricas que los ayudarán en sus caminatas por los pasillos de las minas. “Estamos por las mañanas trabajando y después vamos a la escuela”, alcanza a decirme uno de los nenes antes de ingresar a trabajar a la bocamina. Los chicos que son explotados en la mina se calculan por miles en estos tiempos de ausencia estatal y reinado de las leyes de mercado. Los pibes trabajan desde los 14 años y la expectativa de vida de los mineros apenas supera los 40. “Hay pocos chicos que trabajan en la mina”, me explica un dirigente de la Cooperativa Unificada. A sus espaldas, los camiones en el Surco se cargan con niños menores de 18 años. “Los niños trabajan para mantener a la familia y no hay ninguna ley que lo prohíba. Debemos trabajar con el Gobierno Nacional y el Municipio para terminar con esto”, reflexiona el licenciado González Alba.
“La vida del minero es fregada”, me cuenta Marco Antonio mientras descansa pichando coca y fumando un cigarrito en su descanso fuera de la mina. “El jornal alto ayuda, pero el mal del minero (silicosis) o un accidente te terminan matando, ya tengo veinte años de minero y las condiciones del trabajo no mejoran. Estoy orgulloso de ser minero, es nuestra vida, la de toda la ciudad”, me cuenta Marco Antonio antes de que finalice su tiempo de reposo. Este cronista supo por la palabra de los mineros que el Cerro Rico y sus condiciones laborales se han cobrado más de 8 millones de humanos desde que comenzó su explotación en 1545.
El cementerio general de Potosí tiene dos panteones para los trabajadores mineros. El sol se oculta sobre los cerros que rodean la Villa Imperial. Unos rayos iluminan las imágenes y el cartel pintado sobre las paredes del lugar donde descansan los restos de los mineros: “Aquí yacen los hombres que entregaron sus pulmones por el bien de la humanidad”. El cerro que como hombres vivos sigue igual, matando y explotando; los patrones y las autoridades del gobierno siguen siendo sus principales cómplices."
Fuente: http://losodex.blogspot.com/
"Son las siete de la mañana y cientos de mineros esperan encontrar un lugar en los camiones que se estacionan sobre El Surco. El frío es durísimo a ésta hora de la mañana, el termómetro debe marcar menos cero y los charcos congelados sobre la ruta dejan vestigios de la helada nocturna.”Hay que estarse antes para encontrar campo en las movilidades, somos hartos mineros los que queremos subir a trabajar”, me explica Jorge Flores, un minero novato que ya lleva cuatro meses bajando a los socavones potosinos. Jorge es uno de los cientos de migrantes paceños y orureños que han llegado en los últimos tiempos a la ciudad, para conseguir trabajo en la mina. “Es que en Bolivia hay harto problema de trabajo y aquí el jornal se paga el doble que en La Paz”, me cuenta Jorge antes de saltar sobre el acoplado de una camioneta que lo llevará a su trabajo en la mina La Plata.
Potosí vive por estos días su segundo auge minero. La suba en los precios internacionales del zinc y el estaño (ya de la famosa plata ni se habla) produjo una fuerte reactivación en las principales empresas mineras que explotan el legendario Cerro Rico. “La ciudad vive un incremento de su actividad económica del orden del 12 % anual”, reflexiona el licenciado Ricardo González Alba, Oficial Mayor de Desarrollo Económico de la Municipalidad de Potosí, desde su oficina ubicada en el histórico campanario de la Compañía de Jesús, en pleno centro potosino. “Los jornales son de casi el doble que en cualquier otro departamento. Un perforador puede llegar a ganar más de 400 bolivianos por día”, explica González Alba. Las cifras se multiplican o triplican si hablamos de los verdaderos dueños de las minas y la inflación de la ciudad también. “Usted puede ver autos importados mejores que en Santa Cruz”, me explica Iván, un vendedor de encendedores del centro potosino. Las 4x4 de la aristocracia minera surcan la ex Villa Imperial, la ostentación de las Iglesias, los lupanares y calles bañadas de plata de la época de la conquista parecen metamorfosearse en estos tiempos de autos y DVD´s japoneses.
Sin embargo, las condiciones de trabajo y seguridad de los trabajadores mineros no han mejorado en lo más mínimo. Los camiones anuncian su partida con bocinazos y se pierden en las rutas que ascienden a las diferentes minas. La exuberancia del Cerro Rico asusta hasta al más valiente. Los mineros cargan su equipo y se preparan para ingresar al vientre del cerro. Miro la montaña e imagino los miles de mineros escarbando las entrañas de la montaña. La procesión va por dentro, dice el dicho popular; las penas se dibujan en las caras de miles de hombres que no tienen la certeza si ese día van a retornar a sus hogares. “Tengo 42 años de minero. Es mucho sufrimiento el trabajo en la mina. Hay que tener riesgo y cuidado, por los accidentes. Los carros y la dinamita, harto peligroso es el trabajo. Hay que matarse para que los hijos y las wuawuas estudien”, me cuenta Juan Condori, un minero de arrugas tatuadas en el rostro y gorrito del Che Guevara.
En el mercado del Calvario, centro neurálgico de las compras mineras, María vende jugos de quinua y manzana como desayuno vitamínico para los trabajadores del cerro. Las bolsas con coca provenientes de las Yungas y El Chapare se acumulan en varios puestitos del mercado. “La bolsita a tres bolivianos, el cigarro a un pesito y alcohol a tres”, explica Hortensia, una casera con más de treinta años de experiencia como vendedora. “Se vende harto más que hace unos años. El minero tiene buen jornal”, me dice antes de convidarme con un cigarrito que combina tabaco con anís. A pocos metros, en la puerta de un local, varios turistas extranjeros, disfrazados con cascos e impermeables, se preparan para vivir una “experiencia única e irrepetible” (según reza la propaganda de la agencia de viajes): un descenso dantesco hasta los interiores del Cerro Rico. Un paseo cargado de morbo que se vanagloria de poder compartir, aunque sea por unas pocas horas, las esclavistas condiciones laborales que viven los hombres y mujeres que cargan carretillas y perforan las profundidades de la montaña.
El viaje hasta la mina deja los cachetes helados de los que viajamos sobre el acoplado del camión. A mi lado, unos cinco chicos preparan sus lámparas eléctricas que los ayudarán en sus caminatas por los pasillos de las minas. “Estamos por las mañanas trabajando y después vamos a la escuela”, alcanza a decirme uno de los nenes antes de ingresar a trabajar a la bocamina. Los chicos que son explotados en la mina se calculan por miles en estos tiempos de ausencia estatal y reinado de las leyes de mercado. Los pibes trabajan desde los 14 años y la expectativa de vida de los mineros apenas supera los 40. “Hay pocos chicos que trabajan en la mina”, me explica un dirigente de la Cooperativa Unificada. A sus espaldas, los camiones en el Surco se cargan con niños menores de 18 años. “Los niños trabajan para mantener a la familia y no hay ninguna ley que lo prohíba. Debemos trabajar con el Gobierno Nacional y el Municipio para terminar con esto”, reflexiona el licenciado González Alba.
“La vida del minero es fregada”, me cuenta Marco Antonio mientras descansa pichando coca y fumando un cigarrito en su descanso fuera de la mina. “El jornal alto ayuda, pero el mal del minero (silicosis) o un accidente te terminan matando, ya tengo veinte años de minero y las condiciones del trabajo no mejoran. Estoy orgulloso de ser minero, es nuestra vida, la de toda la ciudad”, me cuenta Marco Antonio antes de que finalice su tiempo de reposo. Este cronista supo por la palabra de los mineros que el Cerro Rico y sus condiciones laborales se han cobrado más de 8 millones de humanos desde que comenzó su explotación en 1545.
El cementerio general de Potosí tiene dos panteones para los trabajadores mineros. El sol se oculta sobre los cerros que rodean la Villa Imperial. Unos rayos iluminan las imágenes y el cartel pintado sobre las paredes del lugar donde descansan los restos de los mineros: “Aquí yacen los hombres que entregaron sus pulmones por el bien de la humanidad”. El cerro que como hombres vivos sigue igual, matando y explotando; los patrones y las autoridades del gobierno siguen siendo sus principales cómplices."
Fuente: http://losodex.blogspot.com/
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