jueves, 2 de abril de 2009

ostentando sublime majestad

Siempre fantaseó con la idea de salir en los medios aunque más no fuera detrás del arco gritando un gol de media cancha, de mozo en Las Cuartetas o de extra en una escena de Sol de Otoño. La timidez le jugó invariablemente malas pasadas. No era capaz de articular una frase de corrido y menos aún de controlar el tartamudeo en todos los exámenes. Algunos dicen hicieron falta varios estímulos para empujarlo a su ganado y mantenido amor. La cuestión es que los acontecimientos se precipitaron y él milagrosamente estaba ahí: es como si el oráculo lo hubiera señalado, empujado con el índice despertando su pequeño destino y pidiéndole que solo supiera interpretarlo. Envuelto de ansiedad y saciedad esa noche aceptó compartir la cena con los padres de su novia. Todo transcurrió afablemente, podría decirse que ostentando sublime majestad. Aún así, para no mermar en su tibieza y haciendo como podía camino al andar, prefirió volver esa noche a su casa en micro por lo que guardó la moto en el garaje junto al auto de su suegro. Se despidió de Yami como si se fuera a la guerra; besos, lágrimas y mocos; y más mocos. Todos sabían dónde, cómo y porqué iba a estar. La rutina de sus funciones no pasaba por pernoctar en su hogar, pero algún amigo con influencias le permitió alterar el orden de ese día. Llegó a su departamento y revisó una y otra vez el uniforme. Impecable. Su madre asumió como propia la responsabilidad por cada arruga impertinente, cada botón sin brillo o la martingala desajustada y el juicio de la historia. Aún con la tranquilidad del apoyo materno no durmió bien. Sed, hambre, ansiedad, calor, frio: todo y las horas que nunca pasaban. Primero un jugo, una manzana, un yogur. Fasos y birra. Hasta que se desplomó por casi una hora: eso no fue dormir. No descansó bien, para nada. Esa mañana le habló a su espejo más que siempre pero no lo convenció. Ducha larga y pensativa. Toallón y rápido a enfundarse de gala. No había cabello para peinar ni barba que rasurar. Todo parecía en orden. Besos mil. Se fue en auto con su padre hasta el primer control. El visado de rutina y seguridad. La credencial bailaba en su bolsillo mientras que impertinencia de un recuerdo tonto lo atacó transitando los interminables pasillos del majestuoso edificio. Sonrió involuntariamente cuando recordó por primera vez del regalito que Yami le había puesto en su mochila la noche anterior: un slip blanco, chiquitito, más que sugerente destinado a protagonizar la gala. Volvió a reír se acordó que atropelladamente se desvistió esa misma mañana para llevarlo con el mismo orgullo que su uniforme. Los nervios seguían haciéndose sentir cuanto más se acercaba al salón principal. Más controles y más órdenes expresas de no abandonar la custodia bajo ningún motivo y hasta nuevo aviso. Nervios y sudores involuntarios. Ahí estaba él, ese granadero recio, esculturalmente impávido, inmutable que tenía la misión, el orgullo, el honor entre unos pocos elegidos de custodiar el féretro del ex presidente en la impresionante capilla ardiente. Nervios por todos lados haciéndole estragos. Se abrieron las puertas del salón para el ingreso de los familiares y amigos más cercanos del muerto. Más nervios. Detrás de esa gente llegarían los flashes que tanto esperó para retratar cien y mil veces la escena del difunto y sus custodios de la patria. No pudo ser para él. Una fuerza incontenible avanzaba desde más allá de sus entrañas. En cuestión de segundos el inmaculado calzoncillo estalló en un avasallante torrente de sentimientos gástricos que no hicieron más que doblegar en retorcijones infinitos a su portador para escándalo de la sala. No consta -hasta el momento de redactar esta crónica- si algún fotógrafo capturó la escena. Gloria al granadero caído en desgracia.

1 comentario:

estos que se creen con derecho a opinar ...


Non accontentarti di sopravvivere, devi pretendere di vivere in un mondo migliore, non soltanto sognarlo!