Salí de la fonoaudióloga con la cabeza gacha, golpeado con un palazo que busqué y que sabía que me iban a dar cuando me repitiecen más concreta y gravemente lo que no quería oir (ja! qué paradoja!); frecuencias que dejo lentamente de percibir, registros que no registro, vibraciones que no se suceden en el alma sino en el aire, sensaciones que los demás perciben y que yo no me entero, susurros buenos y malos que todavía me avergüenzo hacerlos repetir. Salgo de esa tortura simulando agradecimiento, pero muy aturdido (ja! otra paradoja!) y las calles bulliciosas (supongo) de la noche temprana me encuentran caminando solo y por el medio de un tunel silencioso, muy íntimo: intencionalmente ido de lo que me rodea, pensando mucho en muchos. Atravesando una bocacalle me cruzo con un trío de chicos que venía charlando jocosamente (supongo II), no entendí nada: dos de ellos llevaban bastones blancos y el tercero iba en el medio y los abrazaba, también ciego: y verlos sin que signifique sentir pena ni nada por ellos, pensé obvia y egoístamente en mi y eso me sacó del pozo por un ratito: y pensé: hay cosas peores. Chau.
Se ve que nunca saliste de lo del psicólogo, con los mocos colgando.
ResponderBorrarNo me hagas acordar...
Hey! gracias por visitar mi blog! Chido el tuyo también...
ResponderBorrarSi, a veces contemplar miserias un poco mayores...nos planta en la tierra... ;)